El dolor nos pone fríos e indiferentes, seco mi pelo luego de la amarga ducha y me miro al espejo, no es precisamente algo que se prepare, o que deba ser premeditado, nos hacemos daño cuando estamos llenos de odio, y no es hasta que vemos, que veo, en tus ojos, el dolor que te provocan mis palabras sin anestesia, lo siento, bajo por una taza de leche, mientras mi cabellera rojiza gotea a mis espaldas.
Hay un momento en que sé que me odias, y que si dependiera de ti, me matarías por unos segundos para luego revivirme en esos besos que levantan muertos, y de verdad, lo siento, no creo que sirva de mucho, pero creo que todo está fuera de mi alcance algunas veces, veo la hora y sé que no es tiempo de hablarte, trago despacio el liquido y me siento llorar, nunca quisé culparte de nada ni hacerte sentir infeliz, pero siempre habrá una cuota de dolor en nuestro agridulce amor, y así como la vida nos da momentos amargos, con un gesto dulce (ni tan grande, ni tan pequeño) podemos dejar atrás y escribir nuevas hojas en nuestro cuaderno infinito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario